“Ella crea espacios dentro de su poesía, teatro, narrativa y ensayo en los que nos muestra a mujeres que no siguen las normas”
Alejandra del Castillo
La escritora Sara Uribe recita una a una las palabras del poema Meditación del umbral de Rosario Castellanos. Así Rosario, a través de la especialista universitaria, nombra a Ana Karenina, Madame Bovary, Santa Teresa de Jesús, Sor Juana, Jane Austen, Emily Dickinson, Safo, Valeria Mesalina, María Egipciaca, María Magdalena y a Clemencia Isaura, y la razón por las que las reúne es para decir que no es la solución ser ellas porque debe haber otra forma de ser humana y libre… otro modo de ser mujer.
Lo que Rosario no dice de forma explícita al nombrarlas es que está hablando de soluciones que terminen con la vida, de sufrimiento, soledad, rechazo y sobre dejar de escribir.
Hija de la Universidad Nacional Autónoma de México, Rosario Castellanos estudió la licenciatura y la maestría en la Facultad de Filosofía y Letras, y fue jefa de Prensa y Difusión para esta casa de estudios de 1961 a 1966.
Es imposible no pensar en el sonido de Rosario Castellanos con el clac clac de una máquina de escribir. Sus dedos marcaban sus letras con poesía, cartas, cuentos, ensayos, reflexiones o artículos periodísticos. Pero cuando Rosario escribe la palabra “basta” en sus textos, la lectura se detiene con un abrupto freno de mano.
“Basta”, escribe en Sobre cultura femenina, la tesis para obtener el grado como maestra en Filosofía. Es 1950 y ella escribe mientras tiene 24 o 25 años. Se pregunta si existe una cultura femenina. La interrogación es hábil, porque ella conoce la respuesta, una respuesta sin vigencia, actual. Sin embargo, la provocación con la que inicia el texto estaría olvidada por más de medio siglo, según las palabras de Gabriela Cano, autora del prólogo en la edición actual del Fondo de Cultura Económica.
¿Por qué estuvieron dormidas las letras de Castellanos durante tanto tiempo si la importancia de su diálogo podría estar vigente en la lucha feminista del siglo XXI?
Sara Uribe, coordinadora de la Cátedra Extraordinaria Rosario Castellanos de Literatura y Géneros de la UNAM, valora: “Rosario Castellanos es una de las escritoras más importantes del siglo XX, no sólo en México y en Latinoamérica, sino en el mundo; y tanto en el pasado como en el presente su obra ha desempeñado un papel importantísimo, también para las literaturas que hablan y denuncian la opresión sobre los pueblos originarios, además de las literaturas que exploran los terrenos del feminismo y, por supuesto, para la literaturas que se arriesgan a trabajar dentro de los géneros literarios efectuando experimentaciones y trabajos con el lenguaje que producen cuestionamientos de la realidad, que nos lanzan preguntas importantes para cuestionar el status quo de las cosas”. Planteada la pregunta con la que inicia la tesis de Rosario, Sobre cultura femenina, advierte el rumor con el que los hombres, un coro de hombres cuerdos, han sentenciado la existencia de mujeres cultas y creadoras de cultura como una alucinación, un espejismo o una morbosa pesadilla.
Entonces cita a Schopenhauer: “Sólo el aspecto de la mujer revela que no está destinada ni a los grandes trabajos de inteligencia ni a los grandes trabajos materiales. Paga su deuda a la vida no con la acción sino con el sufrimiento: los dolores del parto, los inquietos cuidados de la infancia: tiene que obedecer al hombre, ser una compañera paciente que le serene”.
Sigue con Otto Weininger: “La mujer no es otra cosa que sexualidad: el hombre es sexual pero también algo más”.
Continúa con Georg Simmel como defensor del sexo femenino: “La poesía son creaciones del varón y como, por ahora al menos, las formas poéticas específicamente femeninas, aunque posibles, quedan aún recluidas en las regiones de Utopía”.
No sólo son ellos: Nietzsche, Eurípides, Molière, Balzac y Heine, como hombres cuerdos, también hacen tales afirmaciones.
“Basta”, escribe de nuevo Rosario: “¿Es que no ha habido ni una sola voz que disuene de este tono burlón o del otro insultante?”
Las referencias las ha tomado del libro Lo bueno y lo malo que se ha dicho de las mujeres, de Émile Deschanel. El texto también tiene su parte positiva dedicada a las mujeres, llena de labios de coral, cuellos de cisne, ojos de zafiro o cuando ellos recuerdan que “también han tenido una madre y que, extraña, inexplicable coincidencia, era una mujer”.
En la segunda parte de la tesis de maestría, Rosario dice: “Si alguien me lo preguntara yo podría decir algo acerca de lo femenino”, y es que desde el descrédito de las voces de señores de sabiduría indiscutible, Castellanos lo sabe: “Desde su punto de vista, yo (y conmigo todas las mujeres) soy inferior. Desde mi punto de vista, conformado tradicionalmente a través de lo suyo, también lo soy”.
Otros modos de ser
Rosario tenía voz y no iba a renunciar a ella. Desde la Utopía la compartiría y además haría hablar a los personajes femeninos en una época sin voz para ellas.
La Sara Uribe que también escribe sobre la escritora chiapaneca no lo duda: “Una de las grandes aportaciones de Rosario Castellanos con respecto al tema de la voz de las mujeres es que ella crea espacios dentro de su poesía, su teatro, su narrativa y ensayo en los que nos muestra a mujeres que no siguen las normas, que no siguen las reglas, y en ese sentido construye contranarrativas que nos permiten cuestionar las narrativas hegemónicas y pensar que las mujeres
podemos ser o hacer cosas distintas de las que se nos han instruido que debemos de hacer. Entonces, en la época en la que ella escribió, que estuviera hablando, por ejemplo, de temas como la maternidad, el trabajo doméstico… preguntando por qué no había un pago para el trabajo doméstico y que en algunas de sus obras como El eterno femenino hiciera una reescritura de personajes históricos emblemáticos para mostrarnos esos otros posibles modos de ser… Que cuestionara esos sitios y esos lugares a donde se nos ha conminado, en su momento no fue valorado como ahora lo estamos pudiendo realmente hacer, no sólo como pionera sino además precursora de las ideas feministas en la literatura y en el pensamiento en México”.
Pero, ¿fue sencillo ser mujer, preguntarse y responder sobre la cultura femenina? El archivo histórico de la UNAM, en el expediente de la alumna Rosario Castellanos, cuenta que el 23 de junio de 1950, en el edificio de Mascarones, que era la antigua sede de la Facultad de Filosofía y Letras, se llevó a cabo el examen profesional de una las mayores intérpretes latinoamericanas de Simone de Beauvoir, frente a un sínodo conformado por Eusebio Castro, Paula Gómez Alonso, Eduardo Nicol, Leopoldo Zea y Bernabé Navarro. Se enfrentó a una risa que no pudieron contener los expertos y la audiencia que ahí
la acompañaba.
Rosario lo sabía. Sabía del derecho de los hombres por residir en el mundo de la cultura y de la exclusión a ella y a sus compañeras, pero al mismo tiempo seguía con el cuestionamiento: “¿Cómo es que existen libros, pinturas, estatuas o creaciones de mujeres?, ¿cómo es que lograron introducir su contrabando en fronteras tan celosamente vigiladas?”
Basta. Rosario y las mujeres que nombra en Meditación del umbral son unas contrabandistas, ella lo sabe, pero al mismo tiempo le resuenan las palabras del filósofo austriaco y misógino Otto Weininger: las mujeres célebres son más célebres que mujeres.
Castellanos no deja de preguntarse y quiere averiguar por qué ella y las otras “se separaron del resto del rebaño e invadieron un terreno prohibido y, más que ninguna otra cosa, qué las hizo dirigirse a la realización de esta hazaña, de dónde extrajeron la fuerza para modificar sus condiciones naturales y convertirse en seres aptos para labores que, por lo menos, no les son habituales”.
Rosario se fue pero el clac clac de su máquina sigue tecleando en nuestras mentes femeninas, con la aseveración: debe haber otra forma de ser humana y ser libre… otro modo de ser mujer.