«La violencia contra las mujeres es un problema que nos concierne a todos, y la responsabilidad de erradicarla recae en gran medida sobre los hombres.»
El feminicidio es el trágico epílogo de la milenaria violencia de género que afecta a mujeres y niñas de todas las religiones, etnias y clases sociales, en todos los rincones del planeta y que ha marcado especialmente los contextos regionales de América Latina, donde, por primera vez, en referencia a las elaboraciones de la criminóloga Diane Russel, el término «femicidio» fue utilizado en 2004 por la antropóloga Marcela Lagarde, teórica de este horrendo crimen cometido por hombres contra mujeres por el simple hecho de serlo, para denunciar y describir la masacre de mujeres que asolaba desde los años 90 la Ciudad de Juárez, cuna de la poeta Susana Chávez, asesinada y mutilada en 2011.
“Ni una menos”, un verso de su poesía dio vida y nombre al movimiento feminista nacido en Argentina en 2015 y que se ha globalizado contra el feminicidio y toda forma de violencia machista y patriarcal. Gracias a historiadores e historiadoras feministas, y por testimonios directos, en referencia a los últimos tiempos, sabemos que la violencia contra el cuerpo de las mujeres en los conflictos armados ha sido, y sigue siendo, a lo largo de los siglos, un arma de guerra para humillar y derrotar al pueblo enemigo. Precisamente en estos terribles tiempos de guerra, el asesinato de Susana Chávez recuerda el de la artista Pippa Bacca, violada y asesinada en Turquía por un hombre que la había llevado durante la actuación “Brides on tour”.
La guerra y la violencia masculina contra las mujeres tienen las mismas raíces y son el fruto venenoso y asesino del patriarcado, que, a través de la división sexual de roles y la relación ambigua entre amor y violencia, ha construido modelos y roles de formas de ser mujeres y hombres basados sobre la jerarquía de los sexos, sobre la afirmación de una virilidad agresiva, poderosa y omnipotente que durante milenios ha legitimado la guerra y la violencia contra las mujeres.
En Italia, a pesar del fortalecimiento de las leyes punitivas y de la multiplicación de las iniciativas de sensibilización contra la violencia masculina, cada tres días una mujer es asesinada por el hombre que decía amarla, dejando a sus hijos huérfanos. El carácter trágico de la circunstancia afecta gravemente a su equilibrio psicológico, ya marcado por el sufrimiento de la violencia de su padre hacia su madre, que han sido testigos durante años, y en muchas situaciones sufridas, en los confines de su hogar.
La violencia doméstica está más extendida de lo que imaginamos en el silencio cómplice de muchos familiares y vecinos que lo saben. Las historias de violencia doméstica, según la escritora Guendalina di Sabatino, que escribió un interesante libro sobre violencia doméstica “Chiamatela Venerdì” demuestran cuánta violencia persiste y se esconde en el “nido sagrado” de la familia.
La violencia doméstica está más extendida de lo que imaginamos en el silencio cómplice de muchos que lo saben. Lamentablemente, sólo tomamos conciencia de ello cuando conduce al feminicidio a través de una narrativa periodística que muchas veces minimiza la responsabilidad y justifica al asesino, generalmente pareja de la víctima.
La violencia contra las mujeres involucra ante todo a los hombres, por lo que la asunción masculina de responsabilidad es fundamental. Este tipo de violencia doméstica y de género está muy extendida en todo el mundo y afecta principalmente a mujeres y niñas. Lo más preocupante es cuando afecta a los más invisibles: los niños y niñas menores de edad, que por un lado pierden a su madre por feminicidio, mientras su padre (asesino) es encarcelado o se suicida: en esta situación su infancia se mutila y se encuentran ante un futuro incierto.
Los hijos e hijas de víctimas y perpetradores de feminicidio pertenecen a uno de los grupos más vulnerables y olvidados de la violencia de género. Están expuestos a un escenario difícil en el que no siempre encuentran una protección real y efectiva por parte del Estado.
Es cierto que a nivel global se ha avanzado en el respeto de tratados internacionales como el Convenio de Estambul y estamos evolucionando en visibilizar toda forma de violencia machista, implementando políticas públicas encaminadas a erradicarla; pero uno de los grandes problemas que afectan a los huérfanos por culpa de la violencia de género es la invisibilidad.
Por ejemplo, sólo por hablar de Europa, actualmente, en la mayoría de los países que forman la Unión Europea, no hay datos oficiales sobre huérfanos de la violencia machista. En realidad, los datos que obramos en nuestro poder corresponden a organizaciones privadas que llenan este vacío.
Por este motivo, es fundamental arrojar luz sobre este drama que afecta a las víctimas más vulnerables y al mismo tiempo más ignoradas: las hijas e hijos de las víctimas de feminicidios, y como AMMPE Italia pediremos a todos los países en los que tenemos capítulos de la Asociación Mundial de Periodistas y Escritoras (AMMPE World), a los organismos regionales e incluso a las Naciones Unidas, el establecimiento de un día mundial de duelo para visibilizar esta tragedia y reflexionar, de manera responsable y competente, sobre este drama que, además de las víctimas directas en muchas ocasiones cercena la vida de las hijas y los hijos de madres asesinadas.
Establecer un día de luto nacional para sacar de la invisibilidad a huérfanas y huérfanos de crímenes domésticos obligaría a la sociedad en su conjunto a mirar cara a cara la tragedia de los feminicidios. Quizás, sólo su dolor y su soledad nos llevarían a reflexionar e intervenir con amor, responsabilidad y competencia sobre la violencia que impulsa y destruye a tantas, demasiadas familias.
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