Por Antonio Cabello
Benito Juárez; Cancún, abril de 2024. Martes, miércoles y jueves un grupo de gente de buen corazón, alimentan a ciudadanos sin importar sus situación económica, social, religiosa o cultural; la cita es a las dos de tarde, momento en el que abren el comedor comunitario.
El día de hoy, un amigo que esta en proceso de rehabilitación para dejar de beber alcohol, me invitó a comer; los dos únicos requisitos de la convocatoria eran; primero, no juzgar el lugar ni a las personas con las que compartiríamos ese momento; segundo, ser muy puntual, dado que si llegábamos tarde yo tendría que invitarle a él a comer a otro lugar; no pregunte más y la curiosidad por saber a dónde y con quién comeríamos me hizo ser muy puntual.
Así, afuera del comedor que no restaurante, se reunieron más hombres que mujeres, para ser exactos solamente tres féminas llegaron; dos de ellas de la tercera edad, de quien supe después que van alimentarse los días que abre el comedor para estar con alguien, ya que sus hijos las han abandonado, se sienten olvidadas, como si fueran un objeto, a pesar de vivir en la misma casa; y la otra, joven venezolana en situación de migrante, junto con dos compañeros de su misma nacionalidad, se veían cansados, agotados y, un tanto maltrechos, sin tener un lugar donde comer y un techo para descansar llegada la noche.
En esta ocasión fuimos treinta comensales, nos invitaron a pasar a un salón -no sin antes lavarnos las manos un pequeño lavabo-, donde nos dijeron las reglas para poder acceder al comedor y, en grupo rezar un Padre Nuestro, como forma de agradecimiento por los alimentos recibidos.
De éste grupo, cuatro éramos nuevos, los venezolanos y este “tunde teclas”, ya muchos se conocen y saludan con afecto, como él señor que recorre las calles de Cancún vendiendo sus paletas, a quien nadie le llama o le dice “el paletero” y que no tendría nada de malo, pero regla importante es llamar a cada uno por su nombre, dado que alguno de ellos han pasado tanto tiempo ocupando el comedor que cuando dejan de llegar los buscan hasta en el Semefo Cancún y, por si fuera el caso, darles cristina sepultura.
También, acudió un señor (del cual omito su nombre, por obvias razones), que me presentó mi amigo y, supe que vive y tiene su casa muy cerca, es pensionado, tiene seguro médico, recibe su ayuda del actual gobierno federal; sin embargo, vive solo desde que murió su esposa, sus hijos e hijas, casi no lo visitan ni los fines de semana.
No faltó a la cita el muchachito en situación de calle, que me platicó estar cansado del rechazo de la gente, del de su familia, dado que para ellos él esta muerto; pero la familia es la que esta muerta para él, no sabe cómo salir de tan compleja situación aunque lo ha intentado muchas veces no ha encontrado la solución; trabaja en la calle limpiando autos, levanta botes o en lo que sea, para comprar sus cigarros, ya que confiesa fumar hasta dos cajetillas diarias, ha dejado de drogarse desde hace mucho tiempo, pero el tabaco no lo puede dejar.
El momento esperado a llegado, pasamos al comedor y el menú es arroz blanco, chilito verde con pollo y papas, frijoles negros, tortillas, vaso de agua de horchata y la mitad de una manzana verde; me entero, que puedes pedir un vaso más de agua, pero con mucha amabilidad, pues los colaboradores que son tres quienes realizan todo el trabajo, no son nuestros meseros; además, de que no pagaremos ni un peso; lo cual no me tenía que preocupar, ya que esta ocasión yo era invitado, por mi compañero reportero en recuperación.
Pero en recuperación de verdad, pues su enfermedad y situación, lo llevaron a internase en un grupo de ayuda, a casi perder su casa… Su empleo, ese sí lo perdió, y perder sobre todo su dignidad, para llegar hasta permitir que en estos momentos vivan en su casa tipos en situación de calle.
Y, dice: “en el grupo que estoy lo único que te piden es que tengas la voluntad para dejar de beber; para entrar a mi casa, el único requisito era que tuvieras las ganas de tomar y ponerte hasta la madre”.
Hemos terminado con los alimentos, nadie se levanta a entregar el plato, cuchara y vaso, pasan por ellos quienes antes han servido y, si no te has terminado la comida, allí no se tira se le regala a otro que quiera comerla.
Así, mientras nos pasan un trapo húmedo para que cada uno limpie su lugar donde comió, el encargado nos pide qué al salir, nadie se quede y que cada uno de nosotros nos alejemos, pues molesta a vecinos y a la empresa de dotar de agua a la ciudad de Cancún, la presencia de los sin casa, de los que no tienen para comer, de los que viven en situación de calle, de los enfermos por alguna adicción, de los olvidados por sus familiares, de los que buscan en esos tres días simplemente no estar solos. Y ahora, también la presencia de este reportero, que fue invitado a comer por su compañero.