Primer Plano Magazine / Noé Juan Farrera Garzón. – En Mesoamérica, los hornos de cal fueron una de las innovaciones más trascendentes de las culturas prehispánicas, especialmente de los mayas y zapotecas. Estas estructuras rudimentarias pero eficientes, diseñadas para calentar piedra caliza a altas temperaturas, permitían obtener cal viva, un recurso vital para la vida cotidiana, la arquitectura y la espiritualidad.
Más allá de la construcción, donde la cal se usaba como aglutinante en morteros para templos, pirámides y viviendas, también tuvo un papel fundamental en la pintura mural, la elaboración de códices y la nixtamalización, proceso que permitió al maíz convertirse en la base nutricional de Mesoamérica. Incluso formó parte de ceremonias religiosas, reforzando su importancia simbólica y ritual.


Hoy, en Chiapas, este legado se mantiene vivo en sitios como el Parque Guanacastle, ubicado a pocos minutos de Tuxtla Gutiérrez. Ahí se conservan vestigios de un antiguo horno de cal que, probablemente construido en la época prehispánica y reconstruido en los primeros años de la Colonia, abasteció de material para edificar los primeros templos cristianos de Suchiapa en el siglo XVI.
Visitar este espacio no solo permite acercarse a la riqueza natural de la región, sino también conectar con la historia que enlaza el mundo indígena y la llegada de los españoles, recordándonos cómo la cal fue el puente entre dos épocas.

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