Ciudad de México.– El 16 de octubre, la Sala Principal del Palacio de Bellas Artes recibirá a la prestigiosa Deutsche Kammerphilharmonie Bremen, dentro del 53 Festival Internacional Cervantino (FIC). La agrupación alemana, dirigida por el violinista italiano Riccardo Minasi y acompañada por el canadiense James Ehnes como solista, interpretará un programa clásico de Schubert, Beethoven y Mendelssohn.
El anuncio ha generado expectación en la escena cultural: no todos los días se presenta en México una de las orquestas de cámara más reconocidas del mundo. Su visita confirma el carácter internacional del Cervantino, que este año reúne a 31 países y más de 3,400 artistas. Sin embargo, la presencia de ensambles de élite también abre un debate necesario: ¿qué espacio real tienen las orquestas y agrupaciones mexicanas en un festival que consume fuertes recursos públicos?
Desde 2004, bajo la dirección de Paavo Järvi, la Kammerphilharmonie ha sido aclamada por su Proyecto Beethoven, convertido en referencia global. Ha ganado premios como Orquesta del Año de la revista Gramophone (2023) y el Echo/Opus Klassik (2024). Sin duda, traerla a México es un acierto artístico. Pero, ¿qué tanto dialoga este repertorio europeo del siglo XIX con el público amplio del país, en contraste con la necesidad de visibilizar creadores nacionales contemporáneos?
El violinista canadiense James Ehnes, con dos Grammy y tres reconocimientos Gramophone, garantiza virtuosismo en escena. Y sin embargo, mientras figuras internacionales ocupan el escenario principal de Bellas Artes, muchas orquestas mexicanas enfrentan presupuestos reducidos, temporadas canceladas y falta de apoyo institucional.
El Cervantino presume 140 funciones en 17 foros, pero la numeralia por sí sola no responde al reclamo recurrente: la desigualdad en la distribución de recursos culturales. La llegada de la Kammerphilharmonie Bremen refuerza el prestigio del festival, sí, pero también subraya la deuda histórica con la profesionalización, difusión y financiamiento de los músicos mexicanos.
En un país donde la cultura sigue siendo relegada, este tipo de eventos deberían ser también un compromiso: que cada peso invertido en traer a los grandes de Europa se refleje en mayor inversión para sostener a los creadores nacionales. De lo contrario, el Cervantino corre el riesgo de ser un escaparate de lujo para la élite cultural, mientras la música mexicana sigue tocando en la cuerda floja.