Por Lidia Bonilla
Este lunes, el alcalde de Altamira, Armando Martínez Manríquez, encabezó la edición número 200 de su conferencia matutina —formato inspirado en las mañaneras presidenciales— con un despliegue que desbordó lo institucional y se convirtió en un acto de propaganda centrado en su figura. Camisetas personalizadas, escenarios decorativos y una comilona pública financiada con recursos municipales reflejaron una puesta en escena con tres pistas bien delimitadas. Un verdadero espectáculo de poder que merece análisis.
🎪 Primera pista: la mañanera del ego
El evento central fue la conferencia número 200, en la que el edil dedicó buena parte del tiempo a saludar a funcionarios, empleados municipales y ciudadanos movilizados desde las colonias. Hubo escasa información sobre acciones concretas de gobierno. Más que rendir cuentas, el alcalde reafirmó su liderazgo político, al tiempo que descalificó —una vez más— a quienes ejercen la crítica pública.
Durante la transmisión se proyectó una pieza audiovisual, presentada como parte informativa, donde ciudadanos y personajes cercanos agradecían su trabajo. En lugar de destacar resultados verificables, la pieza exaltaba funciones básicas del gobierno como si fueran virtudes personales. Una asistente, líder vecinal, comentó al término del evento: «Ya sabes cómo es Armando… se la pasó saludando a sus invitados. ¿Qué anunció en concreto? Nada. Pero yo vengo porque, aunque no soy líder de colonia, gestiono apoyos para mi sector directamente.»
🎪 Segunda pista: escenografía y uniformidad política



Junto a la conferencia, se montó un foro techado en la Plaza de la Constitución con más de 500 sillas, globos conmemorativos y un set fotográfico. Funcionarios, empleados municipales y ciudadanos convocados acudieron vistiendo camisetas con el logo de las “200 mañaneras”, en los colores morado y amarillo, alusivos al movimiento político que respalda al alcalde.
Aunque no se ha informado oficialmente cuántas prendas se mandaron a maquilar, a simple vista se distinguían al menos un centenar de camisetas con telas de mejor calidad —entregadas a funcionarios— y otro tanto más sencillo distribuido al público. Un proveedor local comentó que cada camiseta básica ronda los $100 pesos, mientras que las de mayor calidad podrían costar cerca de $200. Aun con descuentos por mayoreo del 10 o 15%, el gasto total en vestuario representa una erogación significativa para el municipio. El uso de fondos públicos en este tipo de elementos, claramente proselitistas, debería ser transparente y fiscalizable.
🎪 Tercera pista: la comilona popular



El espectáculo cerró con una comilona montada ahí mismo, en la plaza principal. Largas filas de asistentes recibían alimentos y bebidas mientras sonaban mariachis, se partía pastel y se reforzaba el ambiente de celebración. Lejos de un acto institucional, fue una fiesta que consolidó la narrativa del «alcalde cercano», pero costeada por el erario.
🚨 ¿Por qué importa?
Cuando el poder local se dedica a celebrarse a sí mismo antes que a resolver problemas, se cae en el culto a la personalidad, una práctica que reemplaza la rendición de cuentas con propaganda, y la gestión con espectáculo. No se trata solo de forma, sino de fondo y prioridades: el gasto en camisetas, montaje, alimentos y difusión no fue justificado públicamente, ni responde a necesidades urgentes del municipio.
Estos actos transmiten un mensaje equivocado: que el servidor público merece aplausos por cumplir con su trabajo, y que la ciudadanía debe agradecer, no exigir.
🧭 ¿Qué opciones existen?
Solicitar transparencia: Mediante solicitudes públicas se puede conocer cuántas camisetas se imprimieron, cuánto costaron y qué proveedor se contrató.
Auditoría ciudadana o legislativa: El Congreso local y la Auditoría Superior del Estado podrían revisar si hubo desvío de recursos o gastos injustificados.
Fomentar el debate público: Medios, colectivos y ciudadanos deben discutir los límites entre informar, gobernar y promocionarse.
🔚 ¿Qué sigue?
Si estos excesos se normalizan, se corre el riesgo de institucionalizar el espectáculo como forma de gobierno. Lo que hoy parece una fiesta simbólica, mañana puede convertirse en el modelo aceptado de cómo se ejerce el poder: con aplausos coreografiados, camisetas pagadas con dinero público y pasteles donde debería haber políticas públicas.
Y si este despliegue ocurrió solo para conmemorar la mañanera número 200 —un evento sin valor institucional real— no queremos imaginar el gasto, el montaje y la maquinaria propagandística que se activará para el primer informe de su segundo periodo como alcalde.
Gobernar no es actuar. Y la ciudadanía no está para aplaudir, sino para exigir.