

Por Lidia Rita Bonilla Delgado
El periodismo es un oficio de riesgo. Pero hay algo más peligroso que enfrentar al poder: ser mujer, periodista y funcionaria, y quedar atrapada entre la desinformación y la violencia institucional.
El caso de Priscila Sobrevilla, comunicadora del DIF Tampico y periodista con años de trayectoria, debería encender todas las alertas. El pasado 3 de julio, en una reunión escolar donde se discutían tensiones entre padres de familia y autoridades, Priscila intentó salir del lugar. En su camino, se topó con un reportero que grababa en la única salida. De pronto, los gritos. Luego, el caos. El reportero cayó, y aunque inicialmente señaló a un funcionario como responsable, en cuestión de horas la narrativa cambió: ahora culpaban a Priscila. Y con esa sola versión, fue esposada, detenida y exhibida.
¿Dónde quedó el debido proceso? ¿Dónde las pruebas? ¿Y en qué momento decidimos que un señalamiento sin sustento basta para destruir la trayectoria de una mujer?
La Red de Mujeres Periodistas del Sur de Tamaulipas ha hecho lo que las autoridades debieron hacer desde el primer minuto: revisar los videos, analizar cuadro por cuadro, y hablar con responsabilidad. Ellas no encontraron una agresora. Encontraron a una mujer en medio del tumulto, con lesiones visibles y un silencio que ha sido más digno que muchas de las voces que hoy la atacan.
La violencia mediática y digital que ha seguido a su detención no es casualidad: es parte de un patrón. Mujeres periodistas que incomodan, que no se callan o que simplemente están en el lugar y momento equivocados, se convierten en blanco fácil. El señalamiento se vuelve sentencia, y las redes, patíbulo.
Pero esta vez no están solas. Esta vez hay una red que exige justicia, no solo para Priscila, sino para todas las que sabemos que ejercer la voz en lo público es un acto de resistencia.
Urge que la Secretaría de Seguridad Pública investigue a fondo la actuación de sus elementos. Urge que la Fiscalía de Justicia haga su trabajo con celeridad y sin sesgos. Y urge, sobre todo, que dejemos de permitir que el juicio público suplante la verdad.
Porque si el periodismo no defiende a los suyos, ¿quién nos va a defender cuando nos toque?